LA CONJURA

lunes, 25 de abril de 2016

ESTA SEMANA ME LLAMO CLEOPATRA

DE LUISA MARIA LINARES



Este es un libro rosa, cuando “rosa” no significaba algo cutre como hoy en día,  y  que leí hace mucho tiempo. Recuerdo de entonces aquellos libros de Luisa Mª Linares, y Enid Blyton, los comics de Zzipi y Zzape, Mortadelo y Filemón, el capitán Trueno, y sobre todo Rompetechos. ¡Qué se le va a hacer! No tenía yo los tutores de la familia Wittgenstein que me guiaran en otras lecturas

Me acuerdo también de la caja de cartón de mi hermano donde guardaba sus novelas gráficas del Oeste y que yo le cogía para leerlas a escondidas. Novelas del oeste que son los únicos libros que, por cierto, terminó leyendo Ludwig Wittgenstein.  Con ellas aprendí a leer. Me gustaba mucho la sueca Pippi Langstrump, sin embargo la  austriaca Heidi, la veía demasiado “pavica” y “lacrimógena” y al italiano Marco un cansino insoportable buscando a su madre.



Hace unos días, coincidencia cósmica, mientras curioseábamos en una feria del libro viejo, encontré “Esta semana me llamo Cleopatra”. No quería comprarlo pues temía decepcionarme, como me pasó con las historias de Enid Blyton, que cuando volví a leerlas, ya de mayor, me parecieron demasiado clasistas.  Ni siquiera las merendolas a base de limonada y mermeladas me parecieron tan deliciosas como antes. La fantasía y la imaginación con que las recordaba se había esfumado.



Pero maridín insistió en que lo comprara.

Así que lo he vuelto a leer, aunque con cierta aprensión a los ácaros por ser un libro de Maricastaña. ¡Es lo que tiene el libro viejo! Y la verdad es que no me ha decepcionado; tampoco es que lo encuentre maravilloso, pero es aceptable, con ciertas ñoñeces (no muchas) y correctamente escrito.

Sus historias parten siempre del mismo patrón: heroínas jóvenes y guapas, ciertamente atractivas e inteligentes, que tras diversos avatares y malentendidos encuentran a ese ser maravilloso, que es un hombre inteligente, adinerado y sobre todo atractivo. La vieja historia de la mujer y el cuento del príncipe azul. Flaubert debidamente condimentado para la plebe.

Cleopatra, que así se llama la protagonista,  es en realidad, Anita Ocampo de Alvear, más conocida en su pueblo como “Anita la Revoltosa”. Al morir sus únicos parientes, marcha a Madrid con una echadora de cartas. La misma noche de su llegada a la capital es confundida con la adivina y es arrastrada por un joven al teatro donde conocerá a Jaime Oliver, el galán y actor de moda; que también se confunde y piensa que Anita es una malévola mujer-depredadora de hombres en busca del dinero de su hermano

En resumidas cuentas, la chica se hace artista y dentro de la compañía de teatro viaja a Portugal:

Debajo de las alas de fieltro lucían los ojos más oscuros y penetrantes que me fuera dado ver nunca. No eran los ojos desafiantes y alegres de los andaluces. Éstos eran sombríos, dramáticos e implorantes. La palabra justa era ésta: implorantes.

El acento me resultaba grato, susurrante y me hizo sentir la impresión de que él y yo estábamos solos en aquel Chiado de las novelas de Eça de Queiroz.

Pero Anita, lectora de los poemas de Paul Geraldy, es en el fondo una chica tímida y muy romántica a la que, todavía,  nadie ha besado. Escondida en “la guarida del solterón” por el propio Oliver con el fin de que no coincida con su hermano, conoce allí a un torero, a un millonario y a un marqués, y, como ha de ser, todos ellos caen rendidos a sus pies.

Si tu m’aimais
Et je t’aimais,
Comme je t’aimerais!

Miré el cielo azul, el rio y la tierra, con sus peñascos grises unidos por el musgo y los helechos, sus setos tachonados de flores silvestres y sus innumerables hojas tiernas que brotaban por todas partes.

Estaba segura de que quedarían grabadas en mi memoria algunas imágenes que formarían desordenado conglomerado paquetes de recuerdos como instantáneas tomadas al sol y mezcladas sin orden ni conciertoLa camisa azul, las rocas, las truchas, el olor a café, el cigarrillo que él me había dado, las cañas, la rama de sauce mordisqueada, el calor, el perfume acre de la hierba y el rumor del agua batiendo en los peñascos.

El Normandie se había refugiado en el puerto de sus pensamientos. Hubiera querido hacer un abordaje para descubrir lo que pasaba por su imaginación. Oliver era una persona “terriblemente hacia adentro”. De vez en cuando permitía que alguien se asomase a mirar un poco, pero sólo un poco. Luego se envolvía en el silencio, como una tortuga en su caparazón. Debía de ser su sistema de autodefensa ante las exigencias del público.
Seguimos callados.

Pero el silencio también puede ser conversación. 



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